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¿Qué emociones escondo cuando estoy con mi pareja?

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¿Qué emociones suelo esconder cuando estoy con mi pareja?

 

El terreno invisible

Cuando miras a tu pareja a los ojos, quizás dices “todo bien”, pero dentro de ti hay un mundo entero que no sale. Lo que no decimos pesa. Es como una corriente subterránea que mueve el agua aunque la superficie parezca quieta. Podemos esconder la tristeza detrás de una sonrisa, disfrazar la rabia con ironía o simular que el miedo no existe. A simple vista parece que el vínculo aguanta, pero por debajo hay capas de silencio que moldean la relación. No es una elección consciente. Es un mecanismo tan humano como respirar.

La lógica del esconder

Escondemos emociones porque, de forma profunda, queremos proteger el vínculo. Esta es la paradoja: lo que parece distanciarnos nace del deseo de conservar la conexión. Si tengo miedo de que mi rabia duela, la reprimo. Si pienso que mi tristeza será una carga, me callo. Si me avergüenza mostrar mi miedo, la tapo con un tono alegre. Y detrás de cada gesto hay una misma raíz: el miedo a ser rechazado o abandonado.

La neurociencia explica que este proceso comienza antes del pensamiento. El sistema nervioso escanea constantemente si el entorno es seguro o amenazante. Cuando interpreta que una emoción puede romper la conexión, activa respuestas automáticas: huir (callar, evitar el tema), luchar (defenderse con agresividad) o congelarse (quedarse en blanco). Esto significa que muchas veces no es que no queramos hablar, es que no podemos. El cuerpo prioriza la seguridad por encima de la verdad inmediata.

Este mecanismo no aparece de la nada. Viene de la historia personal. Las emociones que de pequeños no pudimos mostrar vuelven a aparecer en la vida adulta. Si de pequeño llorar era ignorado, ahora me cuesta enseñar la tristeza. Si la rabia era castigada, hoy la disfrazo de silencio. Si la vulnerabilidad fue motivo de burla, ahora lo escondo bajo una capa de fortaleza. El pasado queda escrito en el cuerpo y se reactiva ante la persona que más amamos, precisamente porque es la que más importancia tiene para nosotros.

Esconder, pues, es una estrategia adaptativa. En su momento, nos salvó de perder vínculos esenciales. El problema es cuando este patrón se convierte en la única opción disponible y se instala como un hábito. Entonces, la relación de pareja se va construyendo sobre ausencias emocionales, y la intimidad se vacía sin que nadie haya decidido que así fuera.

El cuerpo habla aunque callamos

Aunque no digamos nada, el cuerpo nos delata. La respiración que se vuelve corta, la mirada que se aparta, los hombros que se tensan, la voz que tiembla. El otro, aun sin palabras, percibe que algo sucede. Aquí aparece un efecto sutil, pero poderoso: el vacío comunicativo se convierte en ruido emocional. Cuando digo “estoy bien” pero mi cuerpo dice lo contrario, el mensaje que recibe el otro es confuso. Y esa confusión genera distancia.

Los estudios sobre comunicación relacional muestran que gran parte del contacto pasa por el lenguaje no verbal. Por eso, aunque nos esforzamos en tapar emociones, la pareja las nota. Quizás no sabe exactamente qué pasa, pero siente que hay un desajuste. Y frente a ese vacío, cada uno puede reaccionar de manera diferente: algunos insisten (“¿qué te pasa?”), otros se alejan, otros responden con su propia defensa. El resultado es un círculo vicioso en el que el silencio se retroalimenta.

El coste del silencio largo

A corto plazo, esconder parece útil. Evitas una discusión, esquivas un conflicto, ganas una aparente calma. Pero el coste a largo plazo es alto. Lo primero que se deteriora es la confianza. Cuando no muestro lo que siento, el otro deja de conocerme de verdad. El vínculo se construye sobre medias verdades. El segundo efecto es la pérdida de vitalidad relacional: el vínculo se vuelve funcional, un sitio para organizar la vida pero no para compartir alma. El tercero es la soledad dentro de la relación: puedes dormir junto al otro y sentirte igualmente solo.

El cuerpo también paga la factura. Las emociones reprimidas se convierten en tensión muscular, dolores recurrentes, fatiga crónica o malestares digestivos. El cuerpo guarda lo que la mente se calla. Cuando esto se prolonga, aparece la sensación de vivir “desconectado”, como si fuera difícil sentir alegría o entusiasmo.

Pero no es un destino inevitable. La pareja, justamente porque es un vínculo cercano y repetido, puede convertirse en un espacio de reparación. Cuando me atrevo a mostrar una emoción escondida y el otro me recibe con presencia, mi cerebro registra una nueva experiencia. Donde antes estaba la creencia “si muestro, me rechazan”, ahora puede nacer otra: “si muestro, me conecto”. Esta transformación es lenta pero poderosa. Cada momento de autenticidad es un corte en el círculo del silencio y una puerta a mayor intimidad.

Abrir sin explotar

Cómo se hace, entonces, ¿para empezar a compartir lo que hasta ahora estaba escondido? No se trata de explotar y decirlo todo sin filtro. Se trata de abrir pequeñas rendijas. Notar cuándo el cuerpo se endurece. Poner nombre internamente a lo que siento. Atreverme a decir una frase corta y clara: “Me pasa esto y me hace sentir así.” Hacerlo desde la vulnerabilidad, no desde la acusación.

El cambio no es inmediato, y no debe ser perfecto. Basta con empezar. Cada emoción compartida es una ventana que deja entrar aire. A veces, será un aire fresco, a veces un viento incómodo. Pero siempre es vida. Y es aquí donde la relación se transforma: cuando dejamos de vivir protegidos detrás del silencio y nos atrevemos a ofrecernos tal y como somos.

💌 Mostrar lo que antes quedaba escondido es el coraje que abre la puerta a la intimidad real.

 

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El terreny invisible 

Quan mires la teva parella als ulls, potser dius “tot bé”, però dins teu hi ha un món sencer que no surt. El que no diem pesa. És com un corrent subterrani que mou l’aigua encara que la superfície sembli quieta. Podem amagar la tristesa darrere d’un somriure, disfressar la ràbia amb ironia o fer veure que la por no existeix. A simple vista sembla que el vincle aguanta, però per sota hi ha capes de silenci que modelen la relació. No és una tria conscient. És un mecanisme tan humà com respirar.

La lògica de l’amagar 

Amaguem emocions perquè, de manera profunda, volem protegir el vincle. Aquesta és la paradoxa: el que sembla distanciar-nos neix del desig de conservar la connexió. Si tinc por que la meva ràbia faci mal, la reprimeixo. Si penso que la meva tristesa serà una càrrega, callo. Si m’avergonyeix mostrar la meva por, la tapo amb un to alegre. I rere cada gest hi ha una mateixa arrel: la por de ser rebutjat o abandonat.

La neurociència explica que aquest procés comença abans del pensament. El sistema nerviós escaneja constantment si l’entorn és segur o amenaçador. Quan interpreta que una emoció pot trencar la connexió, activa respostes automàtiques: fugir (callar, evitar el tema), lluitar (defensar-se amb agressivitat) o congelar-se (quedar-se en blanc). Això significa que moltes vegades no és que no vulguem parlar, és que no podem. El cos prioritza la seguretat per damunt de la veritat immediata.

Aquest mecanisme no apareix del no-res. Ve de la història personal. Les emocions que de petits no vam poder mostrar tornen a aparèixer en la vida adulta. Si de petit plorar era ignorat, ara em costa ensenyar la tristesa. Si la ràbia era castigada, avui la disfresso de silenci. Si la vulnerabilitat va ser motiu de burla, ara l’amago sota una capa de fortalesa. El passat queda escrit en el cos i es reactiva davant de la persona que més estimem, precisament perquè és la que més importància té per a nosaltres.

Amagar, doncs, és una estratègia adaptativa. En el seu moment, ens va salvar de perdre vincles essencials. El problema és quan aquest patró es converteix en l’única opció disponible i s’instal·la com un hàbit. Aleshores, la relació de parella es va construint sobre absències emocionals, i la intimitat es buida sense que ningú hagi decidit que fos així.

El cos parla encara que callem 

Encara que no diguem res, el cos ens delata. La respiració que es torna curta, la mirada que s’aparta, les espatlles que es tensen, la veu que tremola. L’altre, fins i tot sense paraules, percep que alguna cosa passa. Aquí apareix un efecte subtil però poderós: el buit comunicatiu es converteix en soroll emocional. Quan dic “estic bé” però el meu cos diu el contrari, el missatge que rep l’altre és confús. I aquesta confusió genera distància.

Els estudis sobre comunicació relacional mostren que gran part del contacte passa pel llenguatge no verbal. Per això, encara que ens esforcem a tapar emocions, la parella les nota. Potser no sap exactament què passa, però sent que hi ha un desajust. I davant d’aquest buit, cadascú pot reaccionar de manera diferent: alguns insisteixen (“què et passa?”), altres s’allunyen, altres responen amb la seva pròpia defensa. El resultat és un cercle viciós on el silenci es retroalimenta.

El cost del silenci llarg 

A curt termini, amagar sembla útil. Evites una discussió, esquives un conflicte, guanyes una calma aparent. Però el cost a llarg termini és alt. El primer que es deteriora és la confiança. Quan no mostro el que sento, l’altre deixa de conèixer-me de debò. El vincle es construeix sobre mitges veritats. El segon efecte és la pèrdua de vitalitat relacional: el vincle es torna funcional, un lloc per organitzar la vida però no per compartir ànima. El tercer és la solitud dins de la relació: pots dormir al costat de l’altre i sentir-te igualment sol.

El cos també paga la factura. Les emocions reprimides es converteixen en tensió muscular, dolors recurrents, fatiga crònica o malestars digestius. El cos guarda el que la ment calla. Quan això es prolonga, apareix la sensació de viure “desconnectat”, com si fos difícil sentir alegria o entusiasme.

Però no és un destí inevitable. La parella, justament perquè és un vincle proper i repetit, pot esdevenir un espai de reparació. Quan m’atreveixo a mostrar una emoció amagada i l’altre em rep amb presència, el meu cervell registra una experiència nova. On abans hi havia la creença “si mostro, em rebutgen”, ara pot néixer una altra: “si mostro, em connecto”. Aquesta transformació és lenta, però poderosa. Cada moment d’autenticitat és un tall en el cercle del silenci i una porta a més intimitat.

Obrir sense explotar 

Com es fa, aleshores, per començar a compartir el que fins ara estava amagat? No es tracta d’explotar i dir-ho tot sense filtre. Es tracta d’obrir petites escletxes. Notar quan el cos s’endureix. Posar nom internament al que sento. Atrevir-me a dir una frase curta i clara: “Em passa això i em fa sentir així.” Fer-ho des de la vulnerabilitat, no des de l’acusació.

El canvi no és immediat, i no ha de ser perfecte. N’hi ha prou amb començar. Cada emoció compartida és una finestra que deixa entrar aire. A vegades serà un aire fresc, a vegades un vent incòmode. Però sempre és vida. I és aquí on la relació es transforma: quan deixem de viure protegits darrere del silenci i ens atrevim a oferir-nos tal com som.

Mostrar el que abans quedava amagat és el coratge que obre la porta a la intimitat real.

 

 

📚 Bibliografia per aprofundir

  • The Developing Mind – Daniel J. Siegel
  • When the Body Says No – Gabor Maté
  • Internal Family Systems Therapy – Richard Schwartz

 

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