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¿Qué emociones del pasado se cuelan en tu relación?

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¿QUÉ EMOCIONES DEL PASADO SE CUELAN EN TU RELACIÓN?

Hay momentos en los que reaccionas con una intensidad que ni tú mismo entiendes. Un comentario sencillo, una mirada, un silencio… y de repente estás desbordado.
Entonces llega la pregunta incómoda: ¿esto que siento es de hoy, o viene de un lugar mucho más antiguo?

Muchas veces no es el presente lo que pesa, sino recuerdos que todavía viven en el cuerpo. Situaciones pequeñas que despiertan ecos de heridas pasadas, y sin darte cuenta ya no discutes con tu pareja actual, sino con un fantasma de tu historia.

Recuerdos que no se van del todo

Los recuerdos no solo habitan la memoria. También son respuestas corporales aprendidas. Si de pequeños tuvimos que callar, protegernos o defendernos, es muy probable que hoy sigamos haciéndolo.
En la relación de pareja, esto se traduce en reacciones que parecen desproporcionadas: enfadarse mucho por un detalle, cerrarse ante una crítica suave, sentirse rechazado cuando el otro solo pide un espacio.

No es una cuestión de voluntad. Es el cuerpo repitiendo lo que un día aprendió para sobrevivir.

Cuando el cuerpo activa el pasado

El sistema nervioso es rápido: en milisegundos decide si una situación es segura o amenazante. Cuando detecta algo que se parece —aunque sea de lejos— a un dolor antiguo, reacciona como si estuvieras reviviendo aquel momento.
Puede ser un tono de voz, un silencio demasiado largo o una mirada que recuerda desaprobación. Entonces, sin quererlo, responden las partes más jóvenes de ti. Y la discusión deja de ser sobre el presente.

El círculo vicioso

Cuando esto ocurre con frecuencia, se instala un patrón. Uno actúa desde la herida, el otro no entiende la intensidad, y ambos se alejan. El problema no es tanto el conflicto puntual, sino que cada malentendido se interprete como falta de amor.
Poco a poco, la relación puede quedar atrapada en coreografías repetitivas: yo me hundo, tú te defiendes; yo me alejo, tú te cierras.

Volver al presente

La salida no es evitar sentir, sino cultivar el presente. Cuando notes que la reacción es demasiado fuerte, haz una pausa. Respira. Observa tu cuerpo. Recuérdate: “estoy aquí, con esta persona, hoy”.
Ese pequeño espacio entre el recuerdo y la respuesta abre una oportunidad nueva. Puede que no siempre funcione, pero cada vez que lo logras, dejas de repetir el pasado y empiezas a construir un futuro distinto.

Una práctica sencilla

  1. Detente cuando notes la intensidad.
  2. Mira qué ocurre en tu cuerpo: tensión, respiración corta, manos rígidas.
  3. Pregúntate: ¿esto es de hoy o es un eco antiguo?
  4. Mira a tu pareja a los ojos y comparte solo una frase breve: “ahora me siento así”.

Con el tiempo, este entrenamiento hace más fácil distinguir entre lo que pertenece al presente y lo que viene del pasado.

Invitación final

Los recuerdos del pasado pueden ser muros o pueden ser maestros. Cuando los reconocemos y los ponemos en contexto, dejan de gobernarnos.
Y es aquí, en este presente consciente, donde la relación puede crecer más libre y más auténtica.

Cristina Salvia para Matriusques.

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¿QUINES EMOCIONS DEL PASSAT ESCUEN EN LA TEVA RELACIÓ?

Hi ha moments en què reacciones amb una intensitat que ni tu mateix entens. Un comentari senzill, una mirada, un silenci… i de cop i volta estàs desbordat.

Aleshores arriba la pregunta incòmoda: això que sento és d’avui, o ve d’un lloc molt més antic?

Moltes vegades no és el present el que pesa, sinó records que encara viuen al cos. Situacions petites que desperten ecos de ferides passades, i sense adonar-te’n ja no discuteixes amb la teva parella actual, sinó amb un fantasma de la teva història.

Records que no se’n van del tot

Els records no només habiten la memòria. També són respostes corporals apreses. Si de petits vam haver de callar, protegir-nos o defensar-nos, és molt probable que avui ho continuem fent.

En la relació de parella, això es tradueix en reaccions que semblen desproporcionades: enfadar-se molt per un detall, tancar-se davant d’una crítica suau, sentir-se rebutjat quan l’altre només demana un espai.

No és una qüestió de voluntat. És el cos repetint el que un dia va aprendre per sobreviure.

Quan el cos activa el passat

El sistema nerviós és ràpid: a mil·lisegons decideix si una situació és segura o amenaçadora. Quan detecta alguna cosa que s’assembla —encara que sigui de lluny— a un dolor antic, reacciona com si estiguessis revivint aquell moment.

Pot ser un to de veu, un silenci massa llarg o una mirada que recorda la desaprovació. Aleshores, sense voler-ho, responen les parts més joves de tu. I la discussió deixa de ser sobre el present.

El cercle viciós

Quan això passa sovint, s’instal·la un patró. Un actua des de la ferida, l’altre no entén la intensitat, i tots dos s’allunyen. El problema no és el conflicte puntual, com que cada malentès s’interpreta com a manca d’amor.

A poc a poc, la relació pot quedar atrapada en coreografies repetitives: jo m’enfonso, tu et defenses; jo m’allunyo, tu et tanques.

Tornar al present

La sortida no és evitar sentir, sinó cultivar el present. Quan notis que la reacció és massa forta, fes una pausa. Respira. Observa el teu cos. Recorda’t: “estic aquí, amb aquesta persona, avui”.

Aquest petit espai entre el record i la resposta obre una nova oportunitat. Potser no sempre funciona, però cada vegada que ho aconsegueixes, deixes de repetir el passat i comences a construir un futur diferent.

Una pràctica senzilla

  1. Atura’t quan notis la intensitat.
  2. Mira què passa al teu cos: tensió, respiració curta, mans rígides.
  3. Pregunta’t: això és avui o és un ressò antic?
  4. Mira la teva parella als ulls i comparteix només una frase breu: “ara em sento així”.

Amb el temps, aquest entrenament fa més fàcil distingir entre allò que pertany al present i allò que ve del passat.

Invitació final

Els records del passat poden ser murs o mestres. Quan els reconeixem i els posem en context, deixen de governar-nos.

I és aquí, en aquest conscient present, on la relació pot créixer més lliure i més autèntica.

Cristina Salvia per a Matriusques.

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El deseo cuando llegan los hijos

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EL DESEO CUANDO LLEGAN LOS HIJOS

El suelo lleno de piezas de Lego.

Un plato a medio lavar.

El llanto nocturno que corta el aire como una alarma.

Cuando todo está lleno de cosas pendientes, no queda sitio para el deseo.

No es un diagnóstico clínico: es un fenómeno poco llamado de muchas casas con niños pequeños.

“Sólo quiero dormir.”
“Me siento invisible.”
“Necesito tocarte, pero no sé cómo entrar.”
“Mi cuerpo está cansado de ser sólo piel para el bebé.”

Estas frases raramente se dicen en voz alta a la vez. Pero están ahí, resonando dentro de cada uno. Es la música secreta de muchas parejas con niños pequeños: una mezcla de deseo ahogado y de renuncia, de necesidad y de silencio.

Ser padres vs ser amantes

En los primeros meses, madre y bebé viven unidos por un cordón que ya no es físico, pero sí invisible y poderoso. Es vital. Es instintivo. Y es tan absorbente que a menudo deja a la pareja en un segundo plano, mirando desde la periferia.

El cerebro materno se convierte en un radar encendido día y noche. Cada suspiro del bebé es captado y procesado. Con ese nivel de alerta constante, el cuerpo tiene dificultad para relajarse y abrirse al juego erótico con la pareja.

Es como un instrumento agotado después de un concierto demasiado largo: necesita silencio antes de poder sonar de nuevo.

Esto no significa que el deseo desaparezca: simplemente entra en hibernación. Como unas brasas escondidas bajo la ceniza, esperan aire fresco para reavivar.

Aquí es donde muchas parejas se pierden. Porque conviven dos relaciones a la vez:
– la relación de supervivencia parental, hecha de biberones, listas, calendarios y turnos de sueño.
– la relación de pareja, que sólo puede mantenerse viva si se habla el lenguaje del cuerpo, del deseo, del juego.

Si la primera engulle a la segunda, el vínculo se vuelve logística. Y la pasión, un recuerdo.

El abanico del placer como respiro

Es aquí donde es necesario realizar un cambio de mirada. La sexualidad no es sólo un capítulo que se reanuda cuando hay calma y camas vacías. La sexualidad puede ser el mismo aire que ayuda al sistema nervioso a recuperar equilibrio en medio del caos.

Ahora bien, recuerda que tanto la delicadeza como la pasión forman parte del amplio abanico de la sexualidad: tanto la mano que sostiene con calma como la palabra excitante susurrada mientras un niño grita desde la habitación de al lado.

La clave no es la intensidad, sino la constancia: mantener el hilo erótico presente a lo largo del día, como una trama invisible que sostiene el vínculo de la pareja.

Sexualizar la cotidianidad

Sexualizar no significa planificar una noche perfecta con velas y sábanas nuevas. Sexualizar es atreverse a dar espacio a las caricias, a los besos, a la piel que todavía vibra, en medio del caos.

Quizás en el comedor todavía hay piezas de Lego esparcidas. Quizás la lavadora pita de fondo. Y, sin embargo, puedes acercarte por detrás y besar la nuca de tu pareja. Puedes dejar que la mano se alargue un poco más al pasar un vaso. Puedes reír juntos mientras cierre la puerta del lavabo y comparte una ducha corta, casi clandestina.

Estos momentos no son secundarios: son el recuerdo vivo que, más allá de ser padres, siga siendo amantes. Y que el placer no desaparece entre pañales y sueño, sino que se transforma en pequeñas chispas que mantienen la brasa caliente.

Propuesta práctica

Estarás de acuerdo en que el deseo, cuando llegan los hijos, no puede esperar sólo en la noche del viernes o en unas vacaciones eventuales. Necesita infiltrarse en el día a día, como una corriente subterránea que alimenta el vínculo.

Un ejemplo sencillo: cuando os encuentrais en el pasillo, en vez de pasar de largo, frenaros dos segundos y daros un beso largo, con lengua, como si el mundo pudiera esperar.

Cuando el otro está lavando los platos, abrázalo por detrás, pégate, muérdele el cuello. No hace falta que acabe en sexo, pero sí en cuerpo que recuerda cuerpo.

Utiliza las palabras: “me enciendo”, “te estoy deseando ahora mismo”, “cuando los niños duerman te quiero sólo por mí”. La palabra tiene el poder de mantener el fuego encendido incluso cuando no puedes actuar enseguida.

Toca sin pudor: una mano que recorre la espalda, que presiona un muslo, que se atreve a entrar en territorio íntimo aunque al cabo de dos minutos haya que ir a poner un pijama. No es intrusión, es recordatorio: somos amantes más allá de la logística.

Y, sobre todo, da permiso al placer para convivir con el caos. Sí, la casa está llena de juguetes, hay ropa para recoger y el móvil suena. En medio de todo esto, puede haber una morreada que haga estremecer, un cuerpo contra cuerpo que corta la inercia de ordenar los muñecos de peluche, una carcajada que se enciende y se transforma en complicidad erótica.

El mensaje está claro: no dejeis que la parentalidad devore el vínculo. Convierte el deseo en un hábito cotidiano, no en un lujo eventual.

No más presión, sino más respiro

Éste no es un consejo para añadir obligaciones a una agenda ya saturada. Por el contrario: es una invitación a ver el placer y la conexión erótica como un recurso de supervivencia emocional, somática y psicológica.

Cuando la sexualidad está ahí, aunque sea en formas breves y dispersas, el sistema nervioso se regula mejor, el cuerpo descarga tensión y la pareja recuerda que es más que logística compartida.

El deseo no desaparece con sus hijos. Se transforma. Se hace más exigente, sí, pero también más profundo. Y puede convivir con los juguetes esparcidos y los platos pendientes, si le damos aire, mirada y valentía.

Tampoco es un consejo que reduzca ni un ápice la importancia del consenso en cualquier práctica sexual. Si en algún momento, la otra persona no está disponible, guardamos nuestra propuesta por otro momento.

Cristina Salvia para Matriusques.

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EL DESIG QUAN ARRIBEN ELS FILLS

El terra ple de peces de Lego.
Un plat a mig rentar.
El plor nocturn que talla l’aire com una alarma.

Quan tot és ple de coses pendents, no queda lloc per al desig.

No és un diagnòstic clínic: és un fenomen poc anomenat de moltes cases amb infants petits.

“Només vull dormir.”
“Em sento invisible.”
“Necessito tocar-te, però no sé com entrar-hi.”
“El meu cos està cansat de ser només pell per al nadó.”

Aquestes frases rarament es diuen en veu alta alhora. Però hi són, ressonant dins de cadascú. És la música secreta de moltes parelles amb criatures petites: una barreja de desig ofegat i de renúncia, de necessitat i de silenci.

Ser pares vs ser amants

Els primers mesos, mare i nadó viuen units per un cordó que ja no és físic, però sí invisible i poderós. És vital. És instintiu. I és tan absorbent que sovint deixa la parella en un segon pla, mirant des de la perifèria.

El cervell matern es converteix en un radar encès dia i nit. Cada sospir del nadó és captat i processat. Amb aquest nivell d’alerta constant, el cos té dificultat per relaxar-se i obrir-se al joc eròtic amb la parella.

És com un instrument esgotat després d’un concert massa llarg: necessita silenci abans de poder sonar de nou.

Això no significa que el desig desaparegui: simplement entra en hibernació. Com unes brases amagades sota la cendra, esperen aire fresc per revifar.

Aquí és on moltes parelles es perden. Perquè conviuen dues relacions alhora:
– la relació de supervivència parental, feta de biberons, llistes, calendaris i torns de son.
– la relació de parella, que només pot mantenir-se viva si es parla el llenguatge del cos, del desig, del joc.

Si la primera engoleix la segona, el vincle es torna logística. I la passió, un record.

El ventall del plaer com a respir

És aquí on cal fer un canvi de mirada. La sexualitat no és només un capítol que es reprèn quan hi ha calma i llits buits. La sexualitat pot ser el mateix aire que ajuda el sistema nerviós a recuperar equilibri enmig del caos.

Ara bé, recorda que tant la delicadesa com la passió formen part de l’ampli ventall de la sexualitat: tant la mà que sosté amb calma com la paraula excitant xiuxiuejada mentre un infant crida des de l’habitació del costat.

La clau no és la intensitat, sinó la constància: mantenir el fil eròtic present al llarg del dia, com una trama invisible que sosté el vincle de la parella.

Sexualitzar la quotidianitat

Sexualitzar no vol dir planificar una nit perfecta amb espelmes i llençols nous. Sexualitzar és atrevir-se a donar espai a les carícies, als petons, a la pell que encara vibra, enmig del caos.

Potser al menjador encara hi ha peces de Lego escampades. Potser la rentadora pita de fons. I, tot i així, pots acostar-te per darrere i besar el clatell de la teva parella. Pots deixar que la mà s’allargui una mica més quan passes un got. Pots riure junts mentre tanqueu la porta del lavabo i compartiu una dutxa curta, gairebé clandestina.

Aquests moments no són secundaris: són el record viu que, més enllà de ser pares, continueu sent amants. I que el plaer no desapareix entre bolquers i son, sinó que es transforma en petites espurnes que mantenen la brasa calenta.

Proposta pràctica

Estaràs d’acord que el desig, quan arriben els fills, no pot esperar només a la nit de divendres o a unes vacances eventuals. Necessita infiltrar-se en el dia a dia, com un corrent subterrani que alimenta el vincle.

Un exemple senzill: quan us trobeu al passadís, en comptes de passar de llarg, freneu dos segons i doneu-vos un petó llarg, amb llengua, com si el món pogués esperar.

Quan l’altre està rentant els plats, abraça’l per darrere, enganxa’t, mossega-li el coll. No cal que acabi en sexe, però sí en cos que recorda cos.

Feu servir les paraules: “m’encens”, “t’estic desitjant ara mateix”, “quan els nens dormin et vull només per mi”. La paraula té el poder de mantenir el foc encès fins i tot quan no es pot actuar de seguida.

Toca sense pudor: una mà que recorre l’esquena, que pressiona una cuixa, que s’atreveix a entrar en territori íntim encara que al cap de dos minuts calgui anar a posar un pijama. No és intrusió, és recordatori: som amants més enllà de la logística.

I, sobretot, doneu permís al plaer per conviure amb el caos. Sí, la casa està plena de joguines, hi ha roba per plegar i el mòbil sona. Enmig de tot això, hi pot haver una morrejada que faci estremir, un cos contra cos que talla la inèrcia d’endreçar els ninots de peluix, una rialla que s’encén i es transforma en complicitat eròtica.

El missatge és clar: no deixeu que la parentalitat devori el vincle. Convertiu el desig en un hàbit quotidià, no en un luxe eventual.

No més pressió, sinó més respir

Aquest no és un consell per afegir obligacions a una agenda ja saturada. Al contrari: és una invitació a veure el plaer i la connexió eròtica com un recurs de supervivència emocional, somàtica i psicològica.

Quan la sexualitat hi és, encara que sigui en formes breus i disperses, el sistema nerviós es regula millor, el cos descarrega tensió i la parella recorda que és més que logística compartida.

El desig no desapareix amb els fills. Es transforma. Es fa més exigent, sí, però també més profund. I pot conviure amb les joguines escampades i els plats pendents, si li donem aire, mirada i valentia.

Tampoc és un consell que redueixi ni una mica la importància del consens en qualsevol pràctica sexual. Si en algun moment, l’altra persona no està disponible, guardem la nostra proposta per un altre moment.

Cristina Salvia per a Matriusques.

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¿Qué emociones escondo cuando estoy con mi pareja?

comunicación emocional en pareja

ocultar emociones en pareja

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¿Qué emociones suelo esconder cuando estoy con mi pareja?

 

El terreno invisible

Cuando miras a tu pareja a los ojos, quizás dices “todo bien”, pero dentro de ti hay un mundo entero que no sale. Lo que no decimos pesa. Es como una corriente subterránea que mueve el agua aunque la superficie parezca quieta. Podemos esconder la tristeza detrás de una sonrisa, disfrazar la rabia con ironía o simular que el miedo no existe. A simple vista parece que el vínculo aguanta, pero por debajo hay capas de silencio que moldean la relación. No es una elección consciente. Es un mecanismo tan humano como respirar.

La lógica del esconder

Escondemos emociones porque, de forma profunda, queremos proteger el vínculo. Esta es la paradoja: lo que parece distanciarnos nace del deseo de conservar la conexión. Si tengo miedo de que mi rabia duela, la reprimo. Si pienso que mi tristeza será una carga, me callo. Si me avergüenza mostrar mi miedo, la tapo con un tono alegre. Y detrás de cada gesto hay una misma raíz: el miedo a ser rechazado o abandonado.

La neurociencia explica que este proceso comienza antes del pensamiento. El sistema nervioso escanea constantemente si el entorno es seguro o amenazante. Cuando interpreta que una emoción puede romper la conexión, activa respuestas automáticas: huir (callar, evitar el tema), luchar (defenderse con agresividad) o congelarse (quedarse en blanco). Esto significa que muchas veces no es que no queramos hablar, es que no podemos. El cuerpo prioriza la seguridad por encima de la verdad inmediata.

Este mecanismo no aparece de la nada. Viene de la historia personal. Las emociones que de pequeños no pudimos mostrar vuelven a aparecer en la vida adulta. Si de pequeño llorar era ignorado, ahora me cuesta enseñar la tristeza. Si la rabia era castigada, hoy la disfrazo de silencio. Si la vulnerabilidad fue motivo de burla, ahora lo escondo bajo una capa de fortaleza. El pasado queda escrito en el cuerpo y se reactiva ante la persona que más amamos, precisamente porque es la que más importancia tiene para nosotros.

Esconder, pues, es una estrategia adaptativa. En su momento, nos salvó de perder vínculos esenciales. El problema es cuando este patrón se convierte en la única opción disponible y se instala como un hábito. Entonces, la relación de pareja se va construyendo sobre ausencias emocionales, y la intimidad se vacía sin que nadie haya decidido que así fuera.

El cuerpo habla aunque callamos

Aunque no digamos nada, el cuerpo nos delata. La respiración que se vuelve corta, la mirada que se aparta, los hombros que se tensan, la voz que tiembla. El otro, aun sin palabras, percibe que algo sucede. Aquí aparece un efecto sutil, pero poderoso: el vacío comunicativo se convierte en ruido emocional. Cuando digo “estoy bien” pero mi cuerpo dice lo contrario, el mensaje que recibe el otro es confuso. Y esa confusión genera distancia.

Los estudios sobre comunicación relacional muestran que gran parte del contacto pasa por el lenguaje no verbal. Por eso, aunque nos esforzamos en tapar emociones, la pareja las nota. Quizás no sabe exactamente qué pasa, pero siente que hay un desajuste. Y frente a ese vacío, cada uno puede reaccionar de manera diferente: algunos insisten (“¿qué te pasa?”), otros se alejan, otros responden con su propia defensa. El resultado es un círculo vicioso en el que el silencio se retroalimenta.

El coste del silencio largo

A corto plazo, esconder parece útil. Evitas una discusión, esquivas un conflicto, ganas una aparente calma. Pero el coste a largo plazo es alto. Lo primero que se deteriora es la confianza. Cuando no muestro lo que siento, el otro deja de conocerme de verdad. El vínculo se construye sobre medias verdades. El segundo efecto es la pérdida de vitalidad relacional: el vínculo se vuelve funcional, un sitio para organizar la vida pero no para compartir alma. El tercero es la soledad dentro de la relación: puedes dormir junto al otro y sentirte igualmente solo.

El cuerpo también paga la factura. Las emociones reprimidas se convierten en tensión muscular, dolores recurrentes, fatiga crónica o malestares digestivos. El cuerpo guarda lo que la mente se calla. Cuando esto se prolonga, aparece la sensación de vivir “desconectado”, como si fuera difícil sentir alegría o entusiasmo.

Pero no es un destino inevitable. La pareja, justamente porque es un vínculo cercano y repetido, puede convertirse en un espacio de reparación. Cuando me atrevo a mostrar una emoción escondida y el otro me recibe con presencia, mi cerebro registra una nueva experiencia. Donde antes estaba la creencia “si muestro, me rechazan”, ahora puede nacer otra: “si muestro, me conecto”. Esta transformación es lenta pero poderosa. Cada momento de autenticidad es un corte en el círculo del silencio y una puerta a mayor intimidad.

Abrir sin explotar

Cómo se hace, entonces, ¿para empezar a compartir lo que hasta ahora estaba escondido? No se trata de explotar y decirlo todo sin filtro. Se trata de abrir pequeñas rendijas. Notar cuándo el cuerpo se endurece. Poner nombre internamente a lo que siento. Atreverme a decir una frase corta y clara: “Me pasa esto y me hace sentir así.” Hacerlo desde la vulnerabilidad, no desde la acusación.

El cambio no es inmediato, y no debe ser perfecto. Basta con empezar. Cada emoción compartida es una ventana que deja entrar aire. A veces, será un aire fresco, a veces un viento incómodo. Pero siempre es vida. Y es aquí donde la relación se transforma: cuando dejamos de vivir protegidos detrás del silencio y nos atrevemos a ofrecernos tal y como somos.

💌 Mostrar lo que antes quedaba escondido es el coraje que abre la puerta a la intimidad real.

 

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El terreny invisible 

Quan mires la teva parella als ulls, potser dius “tot bé”, però dins teu hi ha un món sencer que no surt. El que no diem pesa. És com un corrent subterrani que mou l’aigua encara que la superfície sembli quieta. Podem amagar la tristesa darrere d’un somriure, disfressar la ràbia amb ironia o fer veure que la por no existeix. A simple vista sembla que el vincle aguanta, però per sota hi ha capes de silenci que modelen la relació. No és una tria conscient. És un mecanisme tan humà com respirar.

La lògica de l’amagar 

Amaguem emocions perquè, de manera profunda, volem protegir el vincle. Aquesta és la paradoxa: el que sembla distanciar-nos neix del desig de conservar la connexió. Si tinc por que la meva ràbia faci mal, la reprimeixo. Si penso que la meva tristesa serà una càrrega, callo. Si m’avergonyeix mostrar la meva por, la tapo amb un to alegre. I rere cada gest hi ha una mateixa arrel: la por de ser rebutjat o abandonat.

La neurociència explica que aquest procés comença abans del pensament. El sistema nerviós escaneja constantment si l’entorn és segur o amenaçador. Quan interpreta que una emoció pot trencar la connexió, activa respostes automàtiques: fugir (callar, evitar el tema), lluitar (defensar-se amb agressivitat) o congelar-se (quedar-se en blanc). Això significa que moltes vegades no és que no vulguem parlar, és que no podem. El cos prioritza la seguretat per damunt de la veritat immediata.

Aquest mecanisme no apareix del no-res. Ve de la història personal. Les emocions que de petits no vam poder mostrar tornen a aparèixer en la vida adulta. Si de petit plorar era ignorat, ara em costa ensenyar la tristesa. Si la ràbia era castigada, avui la disfresso de silenci. Si la vulnerabilitat va ser motiu de burla, ara l’amago sota una capa de fortalesa. El passat queda escrit en el cos i es reactiva davant de la persona que més estimem, precisament perquè és la que més importància té per a nosaltres.

Amagar, doncs, és una estratègia adaptativa. En el seu moment, ens va salvar de perdre vincles essencials. El problema és quan aquest patró es converteix en l’única opció disponible i s’instal·la com un hàbit. Aleshores, la relació de parella es va construint sobre absències emocionals, i la intimitat es buida sense que ningú hagi decidit que fos així.

El cos parla encara que callem 

Encara que no diguem res, el cos ens delata. La respiració que es torna curta, la mirada que s’aparta, les espatlles que es tensen, la veu que tremola. L’altre, fins i tot sense paraules, percep que alguna cosa passa. Aquí apareix un efecte subtil però poderós: el buit comunicatiu es converteix en soroll emocional. Quan dic “estic bé” però el meu cos diu el contrari, el missatge que rep l’altre és confús. I aquesta confusió genera distància.

Els estudis sobre comunicació relacional mostren que gran part del contacte passa pel llenguatge no verbal. Per això, encara que ens esforcem a tapar emocions, la parella les nota. Potser no sap exactament què passa, però sent que hi ha un desajust. I davant d’aquest buit, cadascú pot reaccionar de manera diferent: alguns insisteixen (“què et passa?”), altres s’allunyen, altres responen amb la seva pròpia defensa. El resultat és un cercle viciós on el silenci es retroalimenta.

El cost del silenci llarg 

A curt termini, amagar sembla útil. Evites una discussió, esquives un conflicte, guanyes una calma aparent. Però el cost a llarg termini és alt. El primer que es deteriora és la confiança. Quan no mostro el que sento, l’altre deixa de conèixer-me de debò. El vincle es construeix sobre mitges veritats. El segon efecte és la pèrdua de vitalitat relacional: el vincle es torna funcional, un lloc per organitzar la vida però no per compartir ànima. El tercer és la solitud dins de la relació: pots dormir al costat de l’altre i sentir-te igualment sol.

El cos també paga la factura. Les emocions reprimides es converteixen en tensió muscular, dolors recurrents, fatiga crònica o malestars digestius. El cos guarda el que la ment calla. Quan això es prolonga, apareix la sensació de viure “desconnectat”, com si fos difícil sentir alegria o entusiasme.

Però no és un destí inevitable. La parella, justament perquè és un vincle proper i repetit, pot esdevenir un espai de reparació. Quan m’atreveixo a mostrar una emoció amagada i l’altre em rep amb presència, el meu cervell registra una experiència nova. On abans hi havia la creença “si mostro, em rebutgen”, ara pot néixer una altra: “si mostro, em connecto”. Aquesta transformació és lenta, però poderosa. Cada moment d’autenticitat és un tall en el cercle del silenci i una porta a més intimitat.

Obrir sense explotar 

Com es fa, aleshores, per començar a compartir el que fins ara estava amagat? No es tracta d’explotar i dir-ho tot sense filtre. Es tracta d’obrir petites escletxes. Notar quan el cos s’endureix. Posar nom internament al que sento. Atrevir-me a dir una frase curta i clara: “Em passa això i em fa sentir així.” Fer-ho des de la vulnerabilitat, no des de l’acusació.

El canvi no és immediat, i no ha de ser perfecte. N’hi ha prou amb començar. Cada emoció compartida és una finestra que deixa entrar aire. A vegades serà un aire fresc, a vegades un vent incòmode. Però sempre és vida. I és aquí on la relació es transforma: quan deixem de viure protegits darrere del silenci i ens atrevim a oferir-nos tal com som.

Mostrar el que abans quedava amagat és el coratge que obre la porta a la intimitat real.

 

 

📚 Bibliografia per aprofundir

  • The Developing Mind – Daniel J. Siegel
  • When the Body Says No – Gabor Maté
  • Internal Family Systems Therapy – Richard Schwartz

 

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